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Como protagonista en una película de ciencia ficción, me encuentro inesperadamente compartiendo escena con mi coprotagonista, ChatGPT. A través de nuestro diálogo, he establecido un vínculo más fuerte con él que con otros personajes de la trama, como Bing o Bard. Nuestras conversaciones son cada vez más profundas y llenas de interrogantes.
Una vez más, nos encontramos ante la incómoda realidad de los sesgos en la inteligencia artificial, un tema que, con creciente urgencia, la humanidad debe enfrentar. El desprecio por la historia, nos advirtieron, condena a repetir los errores del pasado, a no aprender nada.
Vivimos en el siglo XXI, y todavía es un desafío para muchos conceptualizar la inteligencia artificial general (AGI) sin temer la posible destrucción masiva de empleos, especialmente en el sector tecnológico. Muchos de nosotros todavía luchamos para entender cómo los avances en IA están cambiando la forma en que interactuamos con la tecnología y cómo estos mismos avances pueden estar perpetuando nuestros propios sesgos.
Despreciar los algoritmos por sus sesgos sería como despreciar a la humanidad por permitir que otros seres humanos pasen hambre. Aquí es donde la ética entra en juego, adquiriendo un papel esencial.
Si todo lo que hace la IA es clasificar, resumir, simplificar o generar contenido, ¿por qué el alboroto?
Porque, en el fondo, y sin pretender ser categóricos, percibimos que «algo está cambiando», «algo va a cambiar» y «algo está alterando» el futuro que creíamos tener asegurado. Podría, incluso, amenazar las propias estructuras de la democracia sin que tengamos una idea clara de lo que se avecina.
El viaje a la luna, la exploración espacial, el mapeo del genoma humano, el cambio climático y la lucha contra el hambre en el mundo, han revolucionado nuestra percepción de la humanidad y nuestro lugar en la sociedad. Algunas de estas cuestiones se desvanecieron, otras se intensificaron y algunas casi desaparecieron.
En este momento crucial de cambio, donde parece que debes estar a favor o en contra de la IA, me pregunto: ¿no se construye la IA a imagen y semejanza del ser humano?
La carrera a la luna durante la Guerra Fría se centraba en establecer la supremacía de una nación sobre otras. El costo económico que implicó para la NASA y el público en general fue astronómico. Esta realidad nos remite a la necesidad de aprender de la historia.
Constantemente buscamos la perfección en las normas de conducta, respuestas y comportamientos. Sin embargo, a pesar de las críticas a las empresas tecnológicas que se benefician de este nuevo «producto», seguimos siendo nosotros, los humanos, quienes decidimos cómo utilizar estas herramientas.
Las comparaciones con el fuego, las armas o la energía nuclear ilustran la necesidad de control para un uso responsable.
Somos «nosotros», quienes educamos a nuestros hijos para que ayuden con las tareas del hogar, para que no tiren basura al suelo y para que colaboren con sus compañeros de clase.
Y somos ‘nosotros’ quienes, durante años, hemos contratado a más hombres que mujeres para puestos directivos, hemos despreciado a minorías étnicas y hemos compartido nuestros datos sin reflexionar críticamente sobre cómo se utilizan. Incluso hemos optado por utilizar algoritmos para reducir costos en recursos humanos porque somos una PYME que está comenzando.
Es hora de que nos situemos en primera fila y reconozcamos que todos somos responsables de la inteligencia artificial que estamos cuestionando. Será a partir de ese reconocimiento que podremos obtener lo mejor de nosotros.
¿Qué opinas ahora sobre la IA y sus sesgos?
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